29 diciembre 2008

Luces de gas

Hace no mucho he vuelto a ver todo un clásico que se estrenó en España en su día con el título Luz que agoniza pero que no tardó en hacerse popular bajo su auténtico nombre, Luz de gas. Es curioso ver un producto que en los años 40 sería lo más parecido que había a lo que hoy llamamos una película de terror, pero también lo es que ya en su día se tratara de una película de época testimonio de una tecnología anterior: el empleo del gas para la iluminación de las viviendas.

Los inventos más discretos y menos llamativos suelen ser los que más cambian la vida de la gente; a la bombilla le debemos el poder iluminarnos de una forma sencilla, barata y sin riesgo desde finales del siglo XIX. De su principio de funcionamiento ya hablamos en su día; los mucho más seguros cables eléctricos reemplazaron en las casas a la instalación de tuberías de gas que alimentaban las lámparas de queroseno como las que se ven en la película, que a su vez reemplazaron a mediados del siglo XIX a las más peligrosas lámparas de aceite de ballena.

Aparte del riesgo de explosión que provocaría un mal funcionamiento de la válvula de seguridad que debe liberar el gas en caso de un aumento de presión, la luz de gas tiene precisamente el problema que se ve en la película: si uno enciende muchas luces, disminuye el caudal de gas que llega a cada una de estas lámparas por lo que la iluminación se vuelve mortecina.

Esto también puede ocurrir con la electricidad; en un montaje de lámparas en serie como el que vemos a la izquierda del dibujo, las lámparas funcionan como si la electricidad tuviera que compartirse, como en una instalación de agua o de gas, y el brillo disminuye, se produce el efecto que hacía enloquecer a Ingrid Bergman en la película. En cambio, utilizando montajes en paralelo, como el de la derecha, se consigue que cada una de las lámparas brille como si se tratara de la única luz de la casa. El único inconveniente será que la corriente que pasa por el circuito común se hará más alta y habrá que poner un cable un poco más grueso. Pero seguimos hablando de cables y no de tuberías rígidas y mucho más gordas.

Curiosamente, tanto los cables eléctricos como los tubos del gas en el interior de la vivienda están confeccionados del mismo material: el cobre. Pero mientras en la instalación eléctrica se trata de unos hilillos que luego se pueden recubrir con cualquier plástico barato, en gas estamos hablando de una cantidad de metal, y por lo tanto un coste, mucho mayor. Que la electricidad se haya convertido en tan poco tiempo en la forma de energía dominante y la tecnología eléctrica reemplazara a la mecánica (aunque ahora a su vez va siendo más y más reemplazada por la electrónica), no es por capricho.