30 agosto 2006

Piratas del Caribe: pros y contras del canibalismo

El canibalismo es el tabú cultural más extendido junto con el incesto; algo lógico, porque comerse a sus congéneres no ayuda precisamente a la propagación de la especie: sólo es una práctica habitual en invertebrados como las mantis religiosas y ciertas especies de arácnidos. En animales vertebrados, es algo antinatural; puede darse en algunos casos, sobre todo en roedores: si la hembra no tiene leche suficiente para amamantar a todas sus crías, opta por tragarse a alguna(s) de ellas para desembarazarse de la prole que no puede criar y al mismo tiempo ingerir proteínas que le servirán para alimentar al resto. Un ejemplo de reciclaje que a nuestros ojos resulta un tanto inquietante, y que el escritor Roald Dahl plasmó en uno de sus brillantes relatos como metáfora de los peligros del matriarcado.

El canibalismo humano se considera algo propio de culturas primitivas, como se ve en la muy políticamente incorrecta escena de los indígenas que van a asar y comerse a Johnny Depp en la secuela de Piratas del Caribe. En el mundo moderno suele darse ante una carencia absoluta de alimento en situaciones límite, como el famoso caso de los supervivientes de los Andes que narraba la película Viven (1993), que no tuvieron más remedio que alimentarse de sus compañeros muertos; también existe la antropofagia como una patología sexual afortunadamente no muy extendida, de la que el cine se ha hecho eco, entre otras, en la película de Marco Ferreri La carne (1991); probablemente habría que situar en este último grupo a sádicos como Vlad Tepes, personaje real en el que se inspiran todas las versiones de Dracula, o al famoso Hannibal Lecter, con cuya probable homosexualidad ya se especulaba en la secuela de El silencio de los corderos, Hannibal (2001), y al que probablemente le da gustirrinín comerse a sus víctimas, siempre masculinas.

En sociedades más primitivas probablemente el canibalismo fuese más frecuente, pero la mayoría de las veces la carne humana no formaba parte ni mucho menos de la dieta habitual, sino que se trataría de casos esporádicos de canibalismo ritual, en el cual los miembros de la tribu comen la carne o beben la sangre del líder o de un gran personaje para imbuirse de su espíritu, tradición que es fácil detectar en el rito del pan y el vino de la misa cristiana. Piratas del Caribe propone este último caso, puesto que la tribu ha tomado a Johnny Depp por la encarnación de un Dios y quieren comérselo. No obstante, la forma poco respetuosa en la que lo asan a la parrilla parece propia no de un ritual, sino del canibalismo meramente alimenticio, algo bastante raro pero que pudo darse en culturas con muy poco acceso a la carne animal.

Y es que, aunque probablemente a los vegetarianos estrictos no les guste oir esto, la mayor parte de los expertos en nutrición desaconsejan una dieta completamente carente de alimentos de origen animal. En sitios de interior donde el pescado no puede llegar, o llega con grandes dificultades, y que no disponen de animales hervíboros, la carne humana llega a convertirse en una opción alimenticia. Los aztecas, uno de los pueblos con mayor fama de haber practicado la antropofagia, no disponían de vacas, ovejas, conejos ni cabras, ni siquiera llamas, a diferencia de los indígenas de América del Sur. Los perros y demás animales carnívoros no son muy útiles, ¿de dónde sacar la carne para alimentarlos? En fin, que hasta para las costumbres más salvajes la antropología es capaz de dar explicaciones lógicas ... eso sí, no muy agradables.

22 agosto 2006

K-Pax: los extraterrestres y sus problemas de transporte

K-Pax era el título de un film de ciencia-ficción de Iain Softley del año 2001, y también el nombre del planeta del que supuestamente venía el protagonista de la película, interpretado por Kevin Spacey. Diciendo estas cosas, no era muy sorprendente que acabase en un psiquiátrico, donde recibía tratamiento por parte de Jeff Bridges, que al principio no cree ni palabra de lo que dice su paciente pero que más adelante empieza a tener sus dudas. Este planteamiento se había dado ya en otras películas, en particular la argentina Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986).

El psiquiatra, que tiene unos conocimientos básicos sobre ciencia, le plantea al supuesto alienígena la dificultad que supone viajar a la Tierra desde un planeta tan lejano, puesto que el inevitable Einstein, el hombre más citado en este blog, demostró que la velocidad de la luz es la misma observada desde cualquier punto (algo en principio ilógico para nuestra experiencia, ya que los objetos siempre parecen más rápidos o más lentos en función de si nosotros nos movemos con ellos o en dirección contraria), y segundo y más importante, que es imposible superar esa velocidad, de alrededor de 300.000 kilómetros por segundo en el vacío, demasiado lenta teniendo en cuenta las distancias a recorrer en el espacio.

Pero Kevin Spacey tiene respuesta para todo y matiza que Einstein solamente demostró que no se puede acelerar un vehículo hasta superar la velocidad de la luz, porque llega un momento en el que la energía que se le suministra ya no podría elevar más su velocidad, lo que haría sería aumentar su masa. No obstante, pueden existir vehículos que viajen de por sí a una velocidad superior a la luz. De esa forma, nuestro hombre se trasladaría entre la Tierra y K-pax sin mayor problema.

La película se plantea al menos la cuestión de la velocidad en lugar de saltársela alegremente como suelen hacer las historias de extraterrestres. Pero hay una trampa en el planteamiento de tomar ese super-rayo de luz que viaja a tan alta velocidad: ¿cómo subirse a él? Todos hemos experimentado alguna vez un acelerón o un frenazo en un vehículo; a velocidades pequeñísimas ya es una sacudida molesta, a velocidades un poco más altas supone la muerte del pasajero a menos que lleve un cinturón de seguridad; y estas velocidades siguen siendo ridículas en comparación de la de la luz. Para que Kevin Spacey o cualquier otra forma de vida del tipo que sea, pueda tomar ese rayo de luz sin desintegrarse por el acelerón tan brusco, necesita tomar velocidad de forma muy paulatina, con lo cual volvemos a estar en el punto de partida: no podemos acelerarlo hasta la velocidad de la luz. Nosotros que ya nos veíamos tan felices pasando las vacaciones en K-Pax el año que viene ...

18 agosto 2006

El cliente: inhalando malos humos

Durante los días de incendios, antes de las salvadoras lluvias que estamos teniendo, volvió dramáticamente a la actualidad el tema de la inhalación de humos: por lo general las víctimas mortales de un incendio no mueren porque se abrasen en el fuego, sino que se desvanecen por "tragar" los humos provocados por el incendio y fallecen, o bien asfixiados, o bien carbonizados por estar inconscientes cuando llegan las llamas.

En realidad la combustión, que no es más que la descomposición de un compuesto de carbono en presencia de oxígeno, es una de las reacciones químicas más habituales, sin ir más lejos se produce en nuestro organismo constantemente, es lo que denominamos respirar. Naturalmente, la mayoría de las combustiones no son tan espectaculares como para dar origen a llamas, pero sabiendo que es el mismo proceso, es fácil entender por qué también se producen muertes accidentales en reacciones de combustión sin fuego, como los braseros dentro de las casas, o por qué la inhalación de los gases del tubo de escape de un coche puede ser mortal, como ilustra el comienzo de la película El cliente (Joel Schumacher, 1994), en la que un niño presencia como un hombre se quita la vida introduciendo a través de un tubo los gases de escape en el interior de su coche.

En todos estos casos, lo peligroso son los gases resultados de la descomposición del combustible. No es que estos gases sean tóxicos en el sentido de que el contacto con la piel o los tejidos sea peligroso, como puede ocurrir con productos como la lejía o el ácido sulfúrico; de hecho el dióxido de carbono, CO2, el principal producto de una combustión junto con el vapor de agua, es producido por nuestro propio organismo y atraviesa nuestras vías respiratorias cada segundo. El problema es que una gran cantidad de CO2 en el ambiente nos impide respirar con normalidad, y sobre todo que, cuando algo se quema, además de dióxido de carbono hay otras sustancias.

En una combustión perfecta los únicos gases resultantes serían el mencionado CO2 y el inofensivo vapor de agua, pero por lo general los combustibles, sobre todo los derivados del petróleo, tienen muchas partículas metálicas que no arden y que generan gases que sí son directamente dañinos para el organismo. Además muchas moléculas de combustible, si no hay la suficiente cantidad de oxígeno, sufren una combustión incompleta, en la que se genera monóxido, en lugar de dióxido, de carbono (es este compuesto el que hace que el humo sea negro, el humo de una combustión perfecta sería blanco, como la fumata blanca cuando hay nuevo Papa). El monóxido de carbono, o CO, es dañino por un "defecto" de nuestra sangre, ya que la hemoglobina se adhiere mejor al CO que al oxígeno, con lo cual la exposición a este compuesto evita que el oxígeno llegue a nuestras células, causando al principio dolores de cabeza, luego desvanecimientos, y con el tiempo, si nadie lo evita, la muerte; la solución es tan simple como ventilar, o administrar oxígeno puro si la ingestión de CO ha sido ya importante.

14 agosto 2006

Aeropuerto 75: el avión agujereado

Ahora que con Poseidón, el remake de La aventura del Poseidón (1972), vuelven a estar de actualidad las películas catastrofistas de los años 70, es divertido ver en ellas gazapos científicos tan desvergonzados que resultan (o no) difíciles de concebir en el cine de hoy en día, donde la inocencia del espectador ha pasado a la historia (o no, nuevamente). El caso es que Aeropuerto 75 (de 1974, curiosamente), una de las secuelas de la famosa saga de accidentes aéreos que hizo las delicias del público de esa década, se basa en la delirante premisa de un avión que, tras sufrir un accidente que ha creado un agujero de grandes dimensiones en la sala de mandos, dejando fuera de juego al piloto y al copiloto, debe ser conducido por una torpona azafata.

Los aviones de pasajeros suelen volar a una altura de unos 10.000 metros, a la cual tanto la temperatura como la presión del aire son muy bajas. Que la presión sea baja quiere decir que hay muy poca cantidad de aire, desde luego no la suficiente para que los humanos podamos respirar. El avión, por tanto, es un bunker herméticamente cerrado y presurizado para que en su interior tengamos la misma presión de aire que en tierra; como nada es perfecto y siempre existe una pequeña diferencia de presión, se recomienda mascar chicle para evitar molestias en los tímpanos, la parte del cuerpo más sensible, en el momento del aterrizaje, el más delicado porque la presión exterior está variando continuamente al ir descendiendo. Si la despresurización es más grave, existen, como todos sabemos, mascarillas de oxígeno encima de los asientos para que podamos respirar normalmente.

¿Qué ocurre si una ventanilla se rompe, o si se abre un boquete en la cabina como en esta película? Pues que las moléculas de aire, que están sometidas a una presión mucho más alta dentro que fuera del avión, están encantadas de poder escapar de éste en el momento en que tienen oportunidad, y salen a toda velocidad al exterior donde se encuentran mucho más cómodas porque la cantidad de aire es muchísimo menor. Esta salida masiva de aire provoca un auténtico tornado en el interior del avión, cuya fuerza puede arrastrar al exterior a objetos, o incluso a personas si el agujero es lo suficientemente grande.

Nadie, ni una azafata ni el piloto más experto del mundo, puede respirar sin mascarilla en una cabina en la que todo el aire habrá escapado por el agujero, ni siquiera habría viento que hiciera ondear su melena, como se ve en la película. Además necesitaría un abrigo porque la temperatura es de muchos grados bajo cero.

Problemas similares al de los aviones se los encuentran los alpinistas, que suelen necesitar la ayuda de bombonas de oxígeno para subir a grandes alturas, o en la recién acabada línea ferroviaria de mayor altitud del mundo entre China y el Tibet, cuyos vagones también se encuentran convenientemente presurizados, y apostaría que dotados con cristales dobles a prueba de impactos: un viaje poco recomendable para claustrofóbicos.