Hace unos meses se estrenaba en España con cierto retraso Desayuno en Plutón, la última y divertida película del director irlandés Neil Jordan. Precisamente su estreno coincidió con la polémica en la comunidad científica acerca de si Plutón es un auténtico planeta o solo un asteroide, pero lo cierto es que la película no tenía nada que ver con el espacio sino que contaba la historia de un chico al que le gustaba vestirse de mujer, algo que le convertía en demasiado peculiar para la católica Irlanda de los años 70.
Tras mucho tiempo de oscurantismo, el público en general ha conseguido tener acceso a información sobre sexualidad en los últimos años. A pesar de que mucha de esta información venga de la tele y se difunda de forma muy sensacionalista y no demasiado adecuada, para mucha gente va quedando clara la diferencia entre tres conceptos diferentes pero que han estado muy confundidos: la homosexualidad, el travestismo y la transexualidad.
La homosexualidad consiste en preferir las relaciones afectivas y sexuales con personas del mismo sexo, y el travestismo en vestirse con ropas y accesorios propios del otro. Hay travestis heterosexuales (casi siempre hombres) que tienen una fijación fetichista por la ropa de mujer y les gusta ponérsela, como el famoso Ed Wood, presunto peor director de la historia del cine adicto a los jerseys de angora, a quien Tim Burton dedicó una película. También hay muchos hombres y mujeres homosexuales que nunca se travisten ni les apetece hacerlo, y se sienten totalmente cómodos como hombres o como mujeres. Pero cuando alguien homosexual se traviste con ropa del otro sexo y no lo hace por llamar la atención ni por mero divertimento sino porque se encuentra más cómodo y se siente más acorde con su identidad vestido o vestida así, está ya entrando en la transexualidad. Los transexuales son hombres y mujeres biológicamente normales que psicológicamente se sienten del otro sexo: a los hombres transexuales les gusta adoptar los nombres, ademanes y costumbres que la sociedad sexista considera propios de mujeres, mientras que las mujeres transexuales se consideran masculinas y tampoco se identifican con el rol tradicionalmente asignado a su sexo. Probablemente en un mundo utópico en el que hombres y mujeres fueran totalmente iguales no existiría la transexualidad, puesto que sería absurdo hablar de comportamientos y formas de pensar masculinos o femeninas que pueden hacer que algunas personas no se sienta cómodas con su sexo biológico. Los transexuales están casi siempre descontentos con un cuerpo con el que no se identifican, pero no todos desean operarse, como se pensaba hasta hace poco, y actualmente, al menos en España, se les permite cambiar legalmente su sexo sin someterse a una operación muy seria que no deja de tener sus complicaciones y sus riesgos.
Un concepto diferente pero vinculado a la transexualidad es el hermafroditismo o intersexualidad, que consiste en tener órganos sexuales no puramente masculinos ni puramente femeninos sino intermedios, a diferencia del transexual, que anatómicamente es cien por cien hombre o mujer. Es muy difícil calificar a un recién nacido intersexual como niño o como niña, y muchas veces se les asigna el sexo inadecuado, convirtiéndolos en transexuales en la edad adulta. Una estupenda película sobre este fenómeno es Mi querida señorita, en la que José Luis López Vázquez interpreta a una mujer de provincias de mediana edad que necesita afeitarse y a la que el médico le diagnostica que es un hombre. Según una leyenda urbana, la actriz Jamie Lee Curtis no es totalmente mujer sino intersexual, algo que la interesada nunca ha confirmado ni desmentido. En todo caso, la naturaleza odia los compartimentos estancos, y la división de las personas entre hombres y mujeres no responde perfectamente a la realidad.