24 abril 2008

Proyecto dos: Déjà vus con razón de ser

Proyecto dos, que se estrena estos días, es el debut en la dirección de largometrajes de Guillermo Groizard tras un dilatado curriculum televisivo. Se trata de una más que digna aportación del cine español a un género muy poco habitual por aquí, el thriller con toques de ciencia-ficción, como lo fue Abre los ojos en su momento. El arranque de la historia lo constituyen los fuertes e inexplicables déjà vus de un biólogo que sueña muchas noches con Londres, una ciudad en la que nunca ha vivido.

Estos déjà vus (ya vistos en francés), muy impactantes en la pantalla gracias al meritorio trabajo del montador José Ramón Lorenzo, deberían ser llamados déjà vécus (ya vividos) porque generalmente no sólo aluden a imágenes que el cerebro percibe como conocidas, sino también a sonidos, sensaciones, estados de ánimo, etc. Todos los experimentamos alguna vez en mayor o menor medida, aunque son más habituales entre la gente de menos de 25 años, y su causa no está del todo aclarada. Se piensa que se trata, como explica la película, de pequeños fallos del cerebro que nos hacen ubicar erróneamente el presente como pasado, aunque podría consistir sencillamente en una asociación por la cual procesamos toda una experiencia como ya vivida a causa de un sólo elemento, un color, un olor, un sonido, etc. que sí nos resulta conocido. Puesto que todo nuestro aprendizaje se basa siempre en conocimientos anteriores, no resulta extraño que el cerebro a veces se exceda en su trabajo habitual de obtener el todo a partir de una parte. Ni que decir tiene que al no haber todavía una respuesta científica rotunda para explicar el déjà vu, se deja la puerta abierta para las mentes fantasiosas a todo tipo de teorías paranormales, reencarnación, etc.

Aunque entrar en determinados detalles sería destripar demasiado la película, una de las alternativas que plantea el guión para explicar este fenómeno es que se trate de un efecto secundario de la clonación. Si se clonara a un ser humano, ¿el clon reproduciría, aún sin haberlos vivido, los recuerdos del original?

Se trata de pura elucubración pero no resulta descabellado pensarlo dado que los animales clonados hasta ahora no se han comportado como seres totalmente nuevos. La famosa oveja Dolly murió a los 7 años de edad, una cifra inferior al promedio de su especie, víctima de un envejecimiento prematuro y de enfermedades propias de animales de edad más avanzada. Se piensa que el envejecimiento de las células se debe a que los extremos de los cromosomas, llamados telómeros, se van acortando en cada división celular hasta que llegaría un momento en que no serían posibles nuevas divisiones y esto provocaría la muerte de la célula. Los telómeros vendrían a ser indicadores de la edad; las células de los recién nacidos son capaces de regenerarse unas 100 veces mientras que las de individuos adultos solamente consiguen unas 25 duplicaciones. Si clonamos pues las células de un hombre adulto, el clon, aún tratándose de un recién nacido, tiene la edad biológica de su "padre" en el momento en que se lleva a cabo la clonación.

En la película, por lo tanto, los déjà vus tendrían que ir acompañados de un envejecimiento prematuro para hacer más plausible la hipótesis de la clonación. En cualquier caso, como recuerdan los títulos de crédito de Proyecto dos, la clonación se da de forma natural en los gemelos univitelinos, aunque en este caso la duplicación de material genético se produce en un momento tan temprano que no plantearía este tipo de problemas. Probablemente para poder hacer clones artificiales habrá que producirlos, como hace la naturaleza, a partir de individuos muy jóvenes.

Por último, para los que piensan que en España no se hace género de ciencia-ficción, además del film Proyecto dos, los problemas relacionados con la clonación, en este caso de animales, se abordan en la novela Razas de guerra del escritor novel Ricardo Alcañiz.

07 abril 2008

La pequeña: fotos sorprendentes

La pequeña (1978) es una de las incursiones en el cine americano del director francés Louis Malle en la que Brooke Shields se dio a conocer interpretando a una niña-prostituta; lo políticamente incorrecto de esta propuesta ya lo comenté en otro blog, pero ahora me interesa centrarme en un aspecto que me llamó la atención. El personaje masculino de la historia es un fotógrafo, inspirado en un personaje real e interpretado por David Carradine, al que le gustaba retratar a las prostitutas en los burdeles. La primera vez que éste acude a la casa de citas, una de las chicas se queda muy sorprendida ante la cámara fotográfica como si nunca la hubiera visto. Tratándose de una historia ambientada durante los años de la primera guerra mundial, esto me pareció un tremendo anacronismo, sobre todo cuando poco después vemos a otra de las meretrices hablando con total normalidad por teléfono, un invento bastante posterior a la fotografía.

A veces ocurre que una tecnología funciona desde hace tiempo a un nivel experimental pero no se ha popularizado (los antiguos griegos descubrieron la máquina de vapor, pero nadie supo encontrarle ninguna aplicación hasta bien entrado el siglo XVIII), pero no puede ser éste el caso de la fotografía cuando en la época en la que transcurre la acción, en torno al año 1917, era ya enormemente popular el más importante hijo de esta técnica: el cine, que no es más que una sucesión de fotografías que se suceden de forma muy rápida. Efectivamente, por estos años Hollywood empezaba ya a ser una poderosa industria y Mary Pickford se convertía en una de las primeras estrellas del celuloide, por lo que el cine, y mucho más la fotografía, era algo perfectamente cotidiano. Naturalmente, no todo el mundo tenía en casa una máquina fotográfica como hoy en día; se trataba de un artículo caro al que sólo accedían los profesionales del medio y las familias burguesas. Las clases medias o humildes solamente acudían al fotógrafo para realizar instantáneas de familia en ocasiones especiales, pero desde luego no verían nada de raro en que alguien tuviera como profesión la fotografía.

De hecho la técnica empleada por las cámaras fotográficas tampoco ha evolucionado tanto desde la época de la película; la gran revolución que permitió extender y popularizar el invento fue el celuloide, un soporte para la imagen resistente, flexible, fácil de manejar y relativamente duradero (eso sí, fácilmente combustible). Cuando este material se empezó a producir a gran escala, la famosa compañía Kodak sacó al mercado el primer carrete comercial, lo que facilitó y abarató en gran medida la técnica de capturar imágenes. De hecho, ya desde antes del siglo XX se empezó a experimentar con la fotografía en color, aunque los carretes de color no llegaron al mercado hasta 1935, por lo que sí es normal que el fotógrafo del film, que tampoco es ningún potentado, trabajara en blanco y negro.

Curiosamente, en la película, David Carradine no sale inclinado mirando por el visor de la cámara, sino que dispone de un moderno interruptor que pulsa para obtener la imagen; no sé si esto responde o no a la realidad, si algún lector coleccionista de objetos antiguos tiene algún aparato de esa época tal vez pueda decirlo. Por otra parte, en aquellos tiempos no existía lámpara de flash en las cámaras, ésta no se inventó hasta 1927, por lo que hasta entonces se empleaba el magnesio para las fotos interiores, dando lugar a una nube de polvo que hacía la función del flash. Esto no se muestra en la película, aunque es cierto que la mayor parte de las fotos se llevan a cabo con luz natural y abundante. Además el director de fotografía del film es uno de los mayores maestros de este campo, el sueco Sven Nykvist.