23 diciembre 2007

Al final del calendario

Nos encontramos en fechas navideñas; como la mayoría de lectores sabrán, la navidad es una cristianización de la fiesta de celebración del solsticio de invierno, por lo que está más relacionada con la ciencia de lo que parece. Además estamos también en los últimos días del año. Es también cultura general que un año es el periodo que tarda la Tierra en dar una vuelta al sol, mientras que un día es el tiempo que nuestra planeta emplea en girar en torno a sí mismo, un movimiento que es aproximadamente 365 veces más rápido, y de ahí que ese sea el número de días que tiene un año. Más o menos, porque la relación entre los dos periodos no es un número entero, el valor real es algo mayor que 365, aproximadamente 365,25 y de ahí que cada cuatro años el desfase sea de un día y surja un año bisiesto. Pero tampoco esa cantidad es exacta, y de ahí que de cada veinticinco años que deberían ser bisiestos uno no lo sea, que es el del comienzo de cada siglo; pero eso volvería a producir un pequeño desfase, por lo que uno de cada cuatro principios de siglo sí debe ser bisiesto. Que lio. Es decir, los años 1700, 1800 y 1900 no fueron bisiestos y sin embargo 2000 sí. 2400 volverá a ser bisiesto, a diferencia de 2100, 2200 y 2300. Si la humanidad consigue durar lo suficiente, seguramente volverán a ser necesarias otras modificaciones en los años bisiestos para conseguir un ajuste más perfecto.

Como sabemos, más imperfecta todavía es la cuestión de los meses; para tener un buen correspondiente científico, un mes debería ser el periodo de un ciclo lunar, que como es bien conocido consta de cuatro fases: luna nueva, luna llena, cuarto creciente y cuarto menguante. Cada una de esas fases dura una semana por lo que un mes perfecto debería tener cuatro semanas; sin embargo de esa forma no conseguimos un número exacto de meses al año, por lo que llevamos a cabo ese curioso reparto de meses de 30, 31 y 28 días. Los judíos y musulmanes sí siguen meses lunares pero tampoco esto es la panacea, puesto que los ciclos de la luna no son completamente regulares por lo que es necesario introducir ajustes como en el caso de los años bisiestos.

Una última curiosidad: los días de la semana llevan los nombres de la Luna, Marte, Mercurio, Júpiter y Venus, es decir, los cuerpos celestes visibles desde la tierra. Esto es así en todas las lenguas europeas (en las germánicas sustituyen a los dioses romanos que dan nombre a los planetas por los de su mitología) salvo en portugués, donde no se complican la vida y les llaman sencillamente segunda-feira, terça-feira, quarta-feira, etc.

¿Y esto tiene algo que ver con el cine? Ejem, pues sólo se me ocurre como excusa el curioso título de una película de Fassbinder, El año de las trece lunas, es decir, trece fases de la Luna en lugar de doce. Además de que quería poner alguna entrada que me sirviera para felicitar las navidades y el año a los lectores. Un saludo y os deseo lo mejor para todos.

16 diciembre 2007

Clever: ¿divulgación científica?

El otro día me encontré en la tele con el programa de Telecinco Clever, en el que los concursantes deben adivinar cuestiones relacionadas con la ciencia y que creo que va un poco en la línea, o al menos me da la impresión de que explota la misma idea, que los juegos de agilidad mental que parecen estar de moda ahora, uno de ellos anunciado incluso por Nicole Kidman. No vi más que una media hora del programa así que tampoco puedo emitir un juicio categórico al respecto, pero si me preguntaran si lo que estaba viendo se trataba de divulgación científica, habría dicho que no. Y creo que respondería lo mismo respecto a revistas del mercado tipo Muy interesante y sus imitaciones.


En mi opinión (que nadie tiene que compartir y ahí está la sección de comentarios para que otros den la suya) para decir con propiedad que alguien o algo están llevando a cabo divulgación científica creo que debería haber detrás una intención didáctica: es decir, no sólo exhibir un fenómeno espectacular que tiene una base científica detrás, sino pretender ir más allá del espectáculo y que el público comprenda esa explicación científica; para eso no hace falta entrar en grandes complejidades ni profundizar, de hecho al contrario, cuanto más sencillo y resumido mejor se entiende. Así que no me quejo de que revistas y programas de televisión de este tipo no sean lo suficientemente exhaustivos, sino más bien al contrario, no me gusta que intenten ocultar su superficialidad utilizando un lenguaje rebuscado que les quita la utilidad didáctica que podrían tener.

En Clever hay un experto, o tal vez un actor que hace ese papel, que explica el fundamento del fenómeno espectacular que se acaba de mostrar, pero que, o bien no tiene interés en que le comprendan o bien lo hace de forma bastante torpe. Por ejemplo, una de las preguntas era si el sol broncea más nuestra piel estando en la nieve o en la playa (por supuesto, la prueba se ilustraba con una atractiva modelo en bikini supuestamente sometida a ambas radiaciones); para explicarlo el científico del programa se ponía a hablar del albedo, un concepto que, pese a ser ingeniero y haber estudiado en la carrera dos asignaturas anuales bastante amplias de física general y campos y ondas, no me sonaba de nada y que, cuando supe lo que era, tampoco me aportó nada nuevo. El albedo es el porcentaje que se refleja respecto al total de energía que recibe una superficie. En un programa de televisión destinado a público en general podría decirse simplemente que la nieve refleja casi toda la energía que recibe del sol y por lo tanto nos broncea más que el agua del mar, que absorbe un porcentaje importante, sin ninguna necesidad de utilizar terminología espesa, hermética y terriblemente pedante por lo innecesaria; me imagino que el público que oye hablar del albedo y al que le muestran una gráfica con los albedos de la nieve y el agua no entenderá ni jota pero le parecerá, eso sí, que ese señor que emplea palabras tan raras debe saber mucho. El divulgador debería de intentar tender un puente al público para que se acerque a la ciencia en lugar de recalcar utilizando un vocabulario hiperespecializado la distancia que le separa de los profanos.

Clever me parece una oportunidad desaprovechada, como lo fue en su día Waku Waku, luego rebautizado Jimanki Kanana, un programa sobre animales que dirigía Narciso Ibañez Serrador, en el que todo consistía en preguntas graciosas pero más bien tontas acerca de si el mono conseguiría o no comerse el plátano mientras que, sin quitar para nada el entretenimiento, se podría haber conseguido que los espectadores aprendiéramos algo sobre zoología que trascendiera la mera anécdota. Naturalmente, Clever está muy por encima del 95 % de la programación del canal que lo emite (lo cual tampoco es decir nada en absoluto) y no niego que pueda ser un buen programa de entretenimiento pero la divulgación científica, al menos para mi, es otra cosa.