26 septiembre 2006

Waterworld: Bebiendo orina con Kevin Costner

Ya habíamos hablado de Waterworld, la película de Kevin Costner en la que el efecto invernadero ha hecho subir el nivel del mar, pasando éste a cubrir toda la tierra. Paradójicamente el beber resulta ser un problema en este mundo acuático, ya que el agua salada del mar no se puede beber, como también comentamos en otra ocasión. La fuente lógica de agua potable es en este caso la lluvia; pero por una parte si los polos han llegado a fundirse totalmente es porque el clima es seco, y por otra tal vez la pequeña embarcación que utiliza Costner para desplazarse no pueda albergar depósitos donde conservar el agua. La solución que ha encontrado nuestro amigo es obtener agua a partir de su propia orina y bebérsela. ¿Es eso posible? ¿Y salubre?

Sí se puede extraer agua a partir de la orina, y el método es sencillo. Se calienta la orina (se pone al fuego si es posible, o si no se deja al sol), hasta que el agua se evapora separándose así de sus otros componentes (el fundamental es la urea). Luego sólo hay que conseguir volver a condensar ese vapor de agua, que se transformará así en agua líquida, pura y potable. El método más rudimentario sería el colocar una botella al sol para que se evapore la orina y pegar a esa botella otra que se mantenga a temperatura baja protegiéndola del sol. El vapor pasará de una botella a la otra, y cuando llegue a la fría condensará por la misma razón por la que se empaña el espejo del baño cuando nos duchamos, porque es una superficie fría rodeada de vapor caliente.

El inconveniente que se le puede poner a la película es que Kevin Costner orina y obtiene el agua de forma inmediata. No recuerdo como era el mecanismo del que disponía para la purificación de la orina, pero vemos que el proceso trae consigo una evaporación seguida de una condensación: en la nevera de casa, en la que tiene lugar un ciclo similar, eso lleva su tiempo (y lo podemos medir por el ruidillo que produce), y es difícil pensar que la chalupa en la que viaja nuestro amigo disponga de una tecnología más sofisticada que la de un frigorífico moderno. Y por otra parte, el ser humano no puede ser autosuficiente, bebiendo sus propios residuos en un eterno reciclaje, porque todo proceso tiene un rendimiento: es decir, si bebemos un litro de agua, la orinamos y separamos el agua de la orina, al final no obtendremos un litro de agua, sino bastante menos, y cada vez que repitamos el ciclo, menos agua tendremos. Para seguir este método, sería mucho mejor utilizar agua del mar (de hecho el mecanismo de evaporación y posterior condensación es también el que se emplea para desalinizar el agua del mar y convertirla en potable), sobre todo teniendo tanta y tan a mano ....

20 septiembre 2006

Walk on water:el milagro de caminar sobre el agua

Cuando fui al cine a ver la película Walk on water (2004), cuyo título, como la mayoría de los lectores del blog sabrá, quiere decir caminar sobre el agua, pensaba que, tratándose de un film israelí, haría alguna referencia al episodio de la Biblia según el cual Jesús se apareció a sus discípulos erguido en medio del Mar de Galilea e invitó a un temeroso Pedro a que se diera también un paseíto sobre las aguas.

Lo cierto es que no era así, la película no mencionaba para nada el tema, sino que se trataba supuestamente de una llamada a favor del diálogo y el buen rollo entre alemanes, judíos y palestinos, y de paso entre homo y heterosexuales, ya que hablaba de la amistad entre dos jóvenes, un alemán gay nieto de un nazi, y un judío hetero que eliminaba a árabes que suponían un estorbo para los servicios secretos de Israel. Lo de supuesto buen rollo lo digo porque, sin revelar nada sobre el final de la película, que está bien realizada y es digna de ver, el director, Eytan Fox, mide con un rasero muy distinto los crímenes cuando los judíos son víctimas y cuando son los asesinos. Pero dejemos a un lado los temas polémicos, que últimamente las susceptibilidades de unos y de otros están muy a flor de piel, y centrémonos en el asunto de caminar sobre las aguas, aunque la película sólo lo mencione en su título.

Ya dijimos cuando hablamos de Instinto básico 2 que el cuerpo humano flota en el agua por una razón muy simple: porque pesa menos, o para ser más rigurosos, porque tiene menos densidad (menos masa por unidad de volumen). En la naturaleza los cuerpos de menor densidad flotan sobre los de mayor densidad; por ejemplo un globo de helio se eleva porque pesa menos que lo que pesaría un globo del mismo tamaño lleno de aire; el aceite flota sobre el agua porque tiene menor densidad, por eso ambos no pueden mezclarse. Y el cuerpo humano flota sobre el agua porque es menos denso, ya que los pulmones están llenos de aire. Quien se hunde en el mar es porque se pone nervioso o porque le da un calambre, pero si nos dejamos llevar inertes siempre flotaremos.

¿Y por qué se flota más en el mar que en un río, una pregunta que se le formula habitualmente al Google (y es que uno se lee la información que le da el contador de visitas y sabe esas cosas)? Pues porque el agua del mar tiene más sal y por lo tanto es más densa que la del río, y cuanto más denso es algo, mejor se flota sobre él. Y volviendo al tema de la Biblia (y así encadenamos esta entrada con la anterior sobre La pasión de Cristo), en el Mar Muerto, situado en plena Tierra Santa, se flota todavía mejor, porque se trata de un lago salado con una concentración de sal diez veces superior a la del océano, alrededor de 350 gramos por litro de agua, es decir un 35 % en peso del agua es sal. De hecho es probable que el Mar Muerto acabe convertido, por la evaporación de agua, en una salina o banco de sal. En un agua así cualquiera puede leer el periódico semisentado como en la foto, o, si es muy hábil, ponerse semierguido encima del agua y, ayudado por la penumbra de la noche, aparentar que está caminando sobre ella. Es fácil adivinar el origen de la leyenda de andar sobre las aguas que recoge este capítulo del Evangelio.

Pero dentro de poco los milagros estarán también al alcance de las máquinas: los ingenieros están trabajando en un robot capaz de caminar sobre el agua, cuyo diseño se basa en los insectos que lo hacen de forma natural. Si la realidad supera a la ficción, la ciencia todavía más.

12 septiembre 2006

La pasión de Cristo: Mel Gibson entre lenguas muertas

En la semana santa de 2004 Mel Gibson estrenaba en medio de una cierta polémica La pasión de Cristo. Al margen de un regodeo muy morboso en escenas sádicas más próximas a la pornografía que a la espiritualidad, y de que la divinidad de Jesús sea lo único que puede explicar que un ser humano pierda tanta sangre sin morirse mucho antes, la principal curiosidad de la película era la de ser una de las pocas de la historia del cine habladas en latín (existe alguna otra, como Sebastian de Derek Jarman), y en arameo, una decisión que el director justificó por querer ser muy fiel a los hechos históricos.

Si realmente Gibson hizo un estudio y se documentó en los aspectos lingüísticos, algo de lo que los cineastas siempre alardean en este tipo de producciones, se encontraría ante la dificultad de intentar reconstruir el habla cotidiana de hace miles de años. La tecnología necesaria para registrar la voz humana existe sólo desde finales del siglo XIX. Hasta entonces las palabras se las llevaba el viento y sólo disponemos de los textos escritos para conocer los idiomas del pasado. A través de ellos podemos conocer con bastante exactitud la gramática y la sintaxis de una lengua muerta como el latín, pero ¿y la fonética? ¿podemos saber cómo se pronunciaba?

El caso del latín es privilegiado y excepcional, porque el alfabeto con el que se escribía lo seguimos utilizando en la actualidad (evidentemente evolucionado), porque ninguna otra lengua del pasado ha originado tantísimos documentos escritos, porque tras extinguirse como lengua hablada se continuó utilizando como lengua culta durante siglos, y porque ha dado origen a lenguas modernas tan importantes y extendidas en el mundo como el español, el francés y el portugués. Por eso se puede barruntar como sería la pronunciación del latín clásico (la lengua literaria que se escribía), y también del latín vulgar (la lengua que realmente se hablaba), pero teniendo en cuenta que ello supone un arduo trabajo de arqueología lingüística realizado a partir de la evolución de las lenguas romances, y sobre todo de los errores ortográficos encontrados en los documentos, que son los más útiles para conocer la fonética. Si alguna gente hoy en día escribe el verbo haber sin hache, imposible con ene en lugar de eme, o confunde la b y la v, es porque no hay una diferencia clara de pronunciación entre esos fonemas; es fácil suponer que estas faltas de ortografía, tan enormemente útiles para los filólogos, no van a aparecer de forma sistemática sino más bien arbitraria, puesto que no todo el mundo comete errores, y los documentos que contienen estos fallos muchas veces se pierden, por lo que siempre habrá que estar al tanto de nuevos descubrimientos que pueden desbaratar teorías anteriores. De ahí que las iglesias católicas de distintos países no se acaben de poner de acuerdo sobre como se pronuncia el latín clásico que se debe utilizar en la misa tradicional.

Estos problemas se multiplican cuando pasamos al arameo, la otra lengua en cuestión. El arameo no era naturalmente una lengua tan fuerte como el latín, por lo que se encontraba tremendamente atomizada en un montón de dialectos, algo fácil de comprender en una época en la que no había medios de comunicación de masas que uniformizaran la lengua, y la mayoría de la población era analfabeta: el compartir un mismo lenguaje escrito es primordial a la hora de estandarizar la lengua. Se tiene muy poca información acerca de la variante concreta de arameo que se hablaba en la región y la época de Jesús. Por otra parte, muchos de los documentos en arameo que se conservan están escritos en alfabeto griego; cuando una lengua tiene que escribirse con la grafía creada para representar los sonidos de otra la transcripción va a ser bastante inexacta y por lo tanto la dificultad para el filólogo a la hora de traducir las letras a sonidos mayor (por poner un ejemplo, a la hora de escribir en alfabeto latino el nombre de Mao, se puede encontrar escrito como Mao Tse-Tung o como Mao Ze-Dong; las dos formas son aproximaciones, no del todo exactas, a la pronunciación china correcta). Por si esto fuera poco, los escasos hablantes de arameo que existen en la actualidad hablan lenguas derivadas de los dialectos arameos orientales, mientras que la lengua hablada en Palestina en la época de Jesús era un dialecto occidental. Al no existir lenguas modernas derivadas de este dialecto, es todavía más complicado el reconstruir la fonética del arameo del pasado.

Pero aunque pasáramos por alto la elevada incertidumbre acerca de cómo se pronunciarían el latín y el arameo en la Palestina del siglo I, lo cierto es que estas lenguas eran solo dos de las cuatro que convivían allí en aquel momento. Las otras eran el hebreo, lengua de prestigio entre los judíos, y sobre todo el griego, lengua franca en toda la parte oriental del imperio romano. El latín probablemente era sólo utilizado por los soldados romanos entre sí, mientras que la población local emplearía el griego para dirigirse a ellos. Es harto improbable que Jesús supiera latín.

Con esto no quiero decir que Mel Gibson debiera haber rodado su película en griego y arameo, en lugar de latín, sino más bien que es absurdo y caprichoso hacer hablar a unos actores ya de por sí limitados, como Jim Caviezel y Monica Bellucci, en unas lenguas que no conocen, haciendo que sus interpretaciones pierdan la poca verosimilitud que pudieran haber tenido, cuando sus palabras ni siquiera se van a corresponder con la realidad de la época en la que transcurre la película. Claro que lo más divertido del asunto fue ver a cantidad de espectadores de los que no se acercan ni muertos por una sala de versión original porque no soy capaz de ver la imagen y leer subtítulos al mismo tiempo haciendo cola para ver una película ¡en latín! simplemente porque Mel Gibson quiso dárselas de director culto. Cosas veredes.

05 septiembre 2006

Zulo: se deshizo la luz

La última película que he visto en el cine es la española Zulo de Carlos Martín Ferrera, en la que un hombre es encerrado en un habitáculo sin que lleguemos a saber las razones de su secuestro (terrorismo, extorsión económica a la familia, etc.). Lo cierto es que la peli es desagradable y no tiene mayor interés ni contenido narrativo que el que tendría ver como llevan a un cordero al matadero y lo degüellan. Se supone que lo curioso es el experimento narrativo que supone contar una historia con un solo personaje encerrado, pero lo cierto es que hay films más interesantes que parten de esa misma propuesta y que analizo en este otro artículo.

Pero Zulo tiene un pequeño interés para este blog, que es que en un momento de su cautiverio, el personaje arroja su zapato contra la bombilla que proporciona luz a su habitáculo, y esta se rompe y se quema. Seguramente pocos se extrañarán de que la bombilla arda porque lo hemos visto otras veces, pero ¿nos hemos planteado por qué pasa eso?

En primer lugar conviene aclarar que el fenómeno de que una bombilla arda momentáneamente cuando se rompe el cristal que la envuelve no tiene nada que ver con los fuegos de origen eléctrico, que suelen ser debidos a cortocircuitos, un tema que merece más atención y al que le dedicaré una entrada próximamente. La bombilla consiste en un filamento, un hilo, de un elemento químico llamado wolframio, al que se le conoce más popularmente como tungsteno, que alcanza temperaturas muy elevadas cuando pasa la corriente eléctrica por él (que la electricidad produce calor, fenómeno al que se le llama efecto Joule, no es nada extraño, lo vemos todos los días en los hornos eléctricos, tostadoras, secadores de pelo, estufas y radiadores eléctricos, etc.). El wolframio alcanza una temperatura tan alta que la única forma de que no arda es conservarlo en una cápsula sin aire, a la que se llama precisamente bombilla. De ahí que si rompemos el cristal, el wolframio a alta temperatura reacciona con el oxígeno de la atmósfera y arde, mientras que si no se rompe el cristal la bombilla nunca se quemará por mucho que, por cualquier circunstancia, deje de funcionar y digamos que está fundida.

La bombilla, invento patentado, que no descubierto, por Edison, se basa por tanto en la incandescencia, la emisión de luz a altas temperaturas. La mayor parte de energía eléctrica que recibe este tipo de bombilla la va a emplear en calentarse, por lo que su rendimiento es más bajo que el de los otros tipos de lámpara, las fluorescentes, como la del dibujo, cuyo funcionamiento se basa en la emisión de luz cuando se recibe una radiación ultravioleta. Los fluorescentes no arden pero son mucho más complejos (y por lo tanto más caros y menos apropiados para un zulo).