26 abril 2006

Perdidos: cosas de la ósmosis

Como la mayoría de lectores ya sabrá, la estupenda serie norteamericana Lost trata de las aventuras y desventuras de los supervivientes de un accidente aéreo que se tendrán que buscar la vida como robinsones en una remota isla tropical. Cuando el agua almacenada en el avión empieza a escasear, Walt, el niño de la serie, tiene la idea de beber agua del océano. Su padre se lo prohíbe, pero cuando el crío responde que por qué no se puede beber, el hombre no sabe que contestar. Bien, podría haberle dicho que no se puede beber porque eso da todavía más sed, con el consiguiente riesgo de que el niño no lo creyera y decidiera comprobarlo por su cuenta; así que lo más sensato sería responderle que por culpa de la ósmosis, y así seguro que el chaval se quedaría sin ganas de preguntar más.

Pues bien, la ósmosis de marras consiste en que si tenemos dos recipientes, uno lleno de agua con mucha sal y otro lleno de agua con poca sal, y los comunicamos a través de un tubito, el recipiente con agua menos salada irá cediendo su contenido al de agua salada, hasta que el agua tenga la misma concentración de sal en los dos recipientes.

Cuando bebemos agua dulce, nuestro aparato digestivo es un ambiente más salino que el agua, con lo cual esta se filtra a nuestro organismo por ósmosis en un intento de bajar nuestra concentración de sal; pero si el agua está más salada que nuestro cuerpo, no podemos absorberla. Al contrario, perderemos agua que le cedemos a la del mar para tratar de reducir su concentración de sal (el trasvase siempre es del ambiente menos salado al más salado). Así que nos deshidrataremos de forma todavía más rápida, además de estropear el riñón con sales que no podemos filtrar.

La ósmosis es tambíen la forma en la que las plantas absorben agua del suelo. En terrenos muy salinos las plantas se secan, porque en vez de absorber agua, la ceden para igualar su concentración de sal con la del suelo; de ahí que antes en las guerras el bando ganador salara las tierras del enemigo para destruir las cosechas. También es la razón de que los peces de río no puedan vivir en el mar y viceversa; si echamos un pez de río al mar, perderá agua hasta reducirse y quedarse esmirriado; en cambio si se echa a un río un pez de mar, acostumbrado a un ambiente salino, empezará a absorber agua hasta reventar, en un vano intento de igualar la concentración de sal. El cambio del agua dulce al agua salada es traumático, y las especies que consiguen llevarlo a cabo lo hacen a través de una larga y lenta aclimatación. Cosas de la ósmosis.

19 abril 2006

Instinto básico 2: un cadáver en remojo

Volvemos a hablar hoy de nuestra vieja amiga Catherine Trammell, cuyas nuevas aventuras podemos disfrutar en nuestras pantallas desde hace algunas semanas. Ya sabemos que por donde pasa esta mujer empieza a morir gente de forma un tanto extraña, y esto ocurre al comienzo de Instinto básico 2. Un pobre incauto que viajaba en su coche fallece cuando el vehículo cae al agua, y la policía necesita saber si la muerte se produjo al ahogarse, o si el hombre ya llegó al agua muerto por sobredosis de sustancias de las que no venden en el Corte Inglés.

El caso es que esta duda no tiene mucha razón de ser, porque es muy fácil saber si alguien se ha ahogado o si ha caido al agua después de muerto: solo hay que ver si flota, o en que estado se encuentra, porque la visión de un ahogado es muy desagradable. El cuerpo humano flota en el agua porque nuestros pulmones están llenos de aire, y todos podemos comprobarlo dejándonos llevar y haciendo tranquilamente el muerto al bañarnos, sobre todo en agua salada, que es más densa, y por lo tanto nos deja flotar con más facilidad; en cambio un ahogado se hunde, porque sus pulmones están llenos de agua. Aunque alguien caiga al mar o al río inconsciente y no haga un esfuerzo por respirar, las vías respiratorias se abren de par en par de forma automática cuando nos falta el oxígeno, por lo que es inevitable tragar agua. El líquido desencaja y deforma las facciones, y además hace que pesemos más y que nos hundamos. En fin, que en el manual del buen asesino hay un capítulo que indica la necesidad de atar el cadáver de la víctima a una roca del fondo del mar si no queremos que flote y lo encuentren; en cambio con los ahogados no son necesarias tantas precauciones.

05 abril 2006

Carretera perdida: la fuga psicogénica de David Lynch

Hasta ahora no habíamos abordado en el blog una ciencia tan fascinante como la psiquiatría, así que iba siendo hora. En 1997 David Lynch estrenaba una película que en su momento pasó muy desapercibida, pero que alcanzó estatus de cine de culto cuando su director volvió a ponerse de moda a raíz de Mulholland drive: se trataba de Carretera perdida, una historia en la que un personaje sufre una alteración de personalidad que Lynch denominaba fuga psicogénica.

Pues bien, la fuga psicogénica no es un invento del director, existe realmente, y está catalogada con su código propio entre las listas de enfermedades y trastornos psiquiátricos documentados por el Ministerio de Sanidad y Consumo. No obstante, es más conocida con el nombre de fuga disociativa. La fuga disociativa es una fuga, es decir, quien la sufre huye de su casa y su entorno, acompañada de amnesia total o parcial de la vida pasada: el enfermo puede llegar a construirse una nueva identidad. Suele ocurrir después de un hecho traumático, como guerras o accidentes, y es un mecanismo de defensa: una huida de nuestra propia personalidad para evitar conflictos o sentimientos de culpa

Carretera perdida está contada desde el punto de vista de su personaje principal, Fred. Fred ha asesinado a su mujer, o como mínimo, siente deseos de hacerlo. Para no aceptar una realidad tan dura, se evade de su auténtica personalidad y se inventa otra, en la que es un inocente chico mucho más joven. Los espectadores compartimos el delirio de Fred y lo vemos con el rostro de otro actor, viviendo una nueva vida en otro entorno. No obstante, es difícil escapar de nuestras propias pesadillas, y la felicidad de nuestro hombre pronto se verá enturbiada de nuevo por los mismos fantasmas de los que estaba intentando escapar. Así pues, una de las posibles interpretaciones de la obra maestra de uno de los directores más crípticos de nuestro tiempo es verla como un documental clínico cuyo guión lo escribe el propio paciente. A walk on the wild side, que diría Lou Reed.